Estancia Jesuítica de Alta Gracia. Conjunto manierista y barroco.
Abstract
El 8 de abril de 1588 el Rey de España otorgó las tierras de Paravachasca a Juan Nieto, cofundador de Córdoba. Las tierras recibidas recibieron el nombre de Potrero de San Ignacio de Manresa. Cuando falleció en 1609, sus bienes pasaron a su esposa e hija. Su viuda doña Estefanía de Castañeda contrajo nuevas nupcias con Alonso Nieto de Herrera. Este nuevo propietario designó a la Estancia con el nombre de Alta Gracia en honor a la Virgen que se veneraba en su pueblo natal, Garrovillas de Alconétar, en España. En 1643, ya viudo y sin herederos, ingresó a la Compañía de Jesús donando entre sus bienes a la estancia. En posesión de la Compañía de Jesús, Alta Gracia se transformó en un núcleo agrícola, industrial y ganadero, y en sostén económico del Colegio Máximo de Córdoba. La orden consolidó la evangelización de la región del Tucumán constituyendo en 1608 la Provincia Jesuítica del Paraguay, cuya capital fue Córdoba, asegurando en su organización la relación y el intercambio entre las fundaciones de la orden. La práctica de los Ejercicios Espirituales (1522) les permitió a los jesuitas discernir los mejores medios para lograr un fin y, si el fin era la educación universitaria en Córdoba, las estancias fueron los mejores medios para asegurar su mantenimiento. Aunque parte de las necesidades del funcionamiento del Colegio y de la Universidad se cubrían con los aportes de los pensionados, la subsistencia se dificultó cuando el enfrentamiento con los encomenderos de la zona frenaron las donaciones de las principales familias de la ciudad. Para evitar la pobreza y avanzar con sus actividades, los jesuitas idearon el sistema de estancias agropecuarias, cuya producción les permitió solventar los gastos, sin alcanzar la abundancia.