dc.description.abstract | A fines del siglo XIX el pensador alemán Friedrich Nietzsche se preguntaba sobre la utilidad y perjuicio de la historia para la vida al tiempo que postulaba la necesidad de una historia crítica que reemplazara a la historia monumental, dominante en la Europa de su tiempo. A mediados del siglo XX, Marc Bloch y Lucien Febvre de la Escuela de los Anales franceses planteaban la necesidad de una historia integral que superara a la historia historizante, centrada en los acontecimientos del tiempo corto de la política. A fines de los años setenta del mismo siglo, el debate entre los historiadores ingleses, Lawrence Stone y Eric Hobsbawm, ponía en escena dos caminos posibles: el resurgimiento de la narrativa, acompañada por el abandono de los modelos estructurales o el enriquecimiento de la historia social, poblada por más objetos y fuentes, interrogada por nuevas preguntas. Unos años antes, Michel Foucault rescataba su filiación con la historia crítica de Nietzsche y la asociaba con la historia efectiva, con una genealogía, gris, meticulosa, atenta a los documentos y a los matices. Ya en el siglo XXI, el historiador italiano Enzo Traverso nos recuerda nuevamente que la historia es un campo de batalla, de luchas entre interpretaciones, gestadas al calor de las preguntas del presente. La referencia a estos autores, entre los que están ausentes muchos historiadores, cientistas sociales, que influyeron en nuestra producción,es sólo una de las selecciones posibles para pensar, para ejemplificar, los cambios y las continuidades en un oficio, el de historiador, en diálogo con otras ciencias sociales, más o menos visible en los distintos contextos de producción. Nos remite a problematizar las operaciones historiográficas articuladas en torno a un lugar, una práctica y una escritura, en el sentido pensado por Michel De Certeau. | es |