Abstract
La sola imagen de un tajo o miles abriendo un espacio diseñado por corte
e injerto: el Caribe. Tajos azules que diseminan el continente en un millar de islas
irregulares, un archipiélago calado de mar. Tajos rojos, lavados en los mapas
turísticos, pero que continúan sangrando y manchando las superficies
blanqueadas por la fuerza. Profundos, tan hondos que se vuelven heridas
imposibles de suturar, fosas que no se dejan sellar. Asimismo epidérmicos, tajos
que desbordan la piel del Caribe exhibiendo esas rasgaduras indecibles por
donde, gota a gota, se escapa el sentido. Desgarros sin cesura que cierre las
marcas dibujadas por la historia, aberturas que en esa inviabilidad totalizante
encuentran lo posible como el destino indescifrable de una tarea siempre por
hacerse.