Travesías y sueños desde el taller
Date
2024Author
Rodríguez, Miguel Ángel
Médici, Eduardo
Rivero, Marta
Dávila, Alejandro
Riviere, Washington
Alochis, Ivana
Colombres, Adolfo
Zablosky, Clementina
Ospina, Nadín
Mutal, Sandra E.
Ávila, Patricia
Kohen, Héctor
Bustamante, Andrea
Del Val, Mariana
Battistozzi, Ana María
Cuello, Verónica
Florit, Ana María
Irazusta, María Cecilia
Goicoechea, Fernando
Simpson, Mario
Arias, Eugenia
Pérez Guaita, Gabriela
Gatica, Victoria
Metadata
Show full item recordAbstract
Travesía, del latín transversus, tras, atravesado, nostalgia, a través, trava, ves, atrás, veía, vezo, verso, a veces. Objeto y artífice. La muestra antológica de Miguel enlaza tiempo y distancia, escala un viaje cruzando sus producciones, metaforiza y pone en relación paseo y espacio, inserta mojones, hitos, objetos, expresiones y rituales. Se inserta. Narra, tal vez inadvertido, ¿cómo saberlo? un traslado. Va de un lado a otro, del papel a la madera, de la madera al metal, del metal al audiovisual, del audiovisual al juguete mientras un halo inmanente se respira, ¡es la nostalgia!, pensamos.
El sustantivo nos sorprende y señala, a la vez, una dirección imposible de resolver, pues en esa línea directa entre la vida y la muerte, en ese arco inconmensurable y finito, es donde el artista se debate, reniega de esa finitud, arma tangentes, rulos, permanece; por eso, él dice: “veo un trozo de madera y quiero hacer algo”, entonces detiene la inercia, que es propia de la vida, para ahondar en sus raíces, en su infancia, su pueblo, la belleza de un dolor, la alegría de saber hacer con eso que sucede, todo lo que lo sucede. García Canclini dice que Macedonio Fernández lo practicó en su narrativa con una radicalidad que Borges formuló después en “La muralla y los libros”. Leemos en ese texto: La música, los estados de felicidad, la mitología, las caras trabajadas por el tiempo, ciertos crepúsculos y ciertos lugares, quieren decirnos algo, o algo dijeron que no hubiéramos debido perder, o están por decir algo; esta inmanencia de una revelación que no se produce, es, quizá, el hecho estético. Su obrar se impregna de la rojitud de su tierra, es la materia que guarda la memoria del mundo decía Deleuze. Miguel pule con humor infantil su búsqueda y no se conforma con imposiciones ajenas, prefiere su propia isla andrajosa a los grandes puertos, se vuelve político, religioso y ritualista. Sencillo. Hay una fidelidad, no se puede obviar y podríamos citar a Gadamer cuando desliza que en la noción de juego, el sujeto es la actividad lúdica, no es jugador, sino el juego mismo. Una suerte de melancolía del deseo atraviesa sus trabajos, una mística une los soportes disímiles que utiliza.
En sus objetos pequeños, observamos, por un lado, el tratamiento de las miniaturas, la vida secreta de las cosas, allí donde el accesorio nos resulta próximo, interior sin dejar de ser exterior, inadvertido se aproxima a lo que Lacan llamó lo extimo; y, por otro lado objetos y esculturas que en gran formato muestran como Miguel maniobra entre fragilidad y solidez. Esculturas caladas, objetos macizos; no hay una línea frágil, hay un drama implícito en el hacer con sus manos.
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